Revista de el centro de estudios sobre la universidad UABC, Revista de historia regional de Mexicali y su valleAño VII, núm. 26, octubre-diciembre de 2014, dejó la editorial que viene en la revista y el enlace a la misma.
Una enseñanza del pasado
Cuando llegaron los pioneros a
habitar esta frontera, a principios del siglo pasado, se encontraron con un
desierto. Nuestros vecinos le llamaban el desierto sonorense o “Sonoran
Desert”, a la región alrededor del bajo Río
Colorado. La mera
supervivencia de seres
humanos estaba en
duda, ante la escasa precipitación, el clima extremoso y la falta de
vegetación silvestre. La región, más parecida a una planicie que a un valle,
estaba solo poblada por plantas desérticas, como el mezquite, palo fierro, y
arbustos. Los inmigrantes recién arribados pronto se dieron cuenta de que no
podrían sobrevivir bajo las condiciones impuestas por la naturaleza.
Para sobrevivir,
los pioneros de
ambos lados de
la frontera crearon
canales y compuertas
para sembrar los
suelos arcillosos del
delta del Colorado.
A pesar de
su pobreza, los
pobladores del valle
arriesgaron su patrimonio
y el bienestar
de sus familias
y le apostaron
a la agricultura
de riego. La
irrigación cambió el entorno de aquellos viejos pobladores y el desierto
se transformó gradualmente, y no sin obstáculos, hasta convertirse en vergel.
Ahora ya contamos con ese vergel,
sin embargo, poco festinamos sobre el logro que involucró tantos esfuerzos y
sacrificios para generaciones de agricultores. No sentimos el orgullo por el
legado de nuestros antepasados, no sentimos que somos herederos de un pueblo
que conquistó el desierto.
El pasado, o no lo recordamos o
de plano no existe para quienes somos mexicalenses citadinos. Es preciso
asomarse a las fotos antiguas que describen a los humildes asentamientos de
principios del siglo pasado. Aquellas casas improvisadas hechas de ramas y
adobes, porque era escasa y cara la madera y el cemento ni se conocía. Aquellas
viviendas sin agua y drenaje y, por si fuera poco, sin electricidad.
Sin embargo,
los agricultores de
nuestro valle hicieron
crecer sus plantíos
hasta convertirlo en
el distrito de
riego del Río
Colorado, uno de
los más grandes
y productivos del
país. Recordemos que
antes de que
hubiera petróleo de
exportación en México
hubo algodón. Y
este valle se
convirtió en la
principal zona algodonera
del país. La
exportación de esta
fibra no solo
generó riqueza para
sus productores, sino
también para todos
aquellos que le
aportaban insumos al
cultivo. Desde quienes
le vendían semilla, agroquímicos y maquinaria, hasta los que le
proporcionaban el financiamiento o refacción. Las exportaciones de algodón
también aportaron las divisas que el país requería para cubrir sus deudas con
el extranjero.
Hoy pareciera
que no solo
hemos olvidado las
proezas del agro
mexicano, sino también
lo que dicha experiencia nos enseña. Ante el desafío
del desierto sonorense, los viejos pobladores de este valle vencieron sus
temores, confiaron en su trabajo, y prevalecieron sobre la adversidad.
La agricultura es tal vez el
mejor ejemplo de lo que las pasadas generaciones nos han legado. Sin embargo,
esa agricultura que ha servido como punto de partida para el desarrollo
regional es tan solo la manifestación más concreta de lo que hemos heredado de
nuestros antepasados. Por encima de ello está el arrojo de su trabajo, una
enseñanza que debemos llevar por dentro y nunca olvidar.
Sergio Noriega Verdugo
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