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domingo, 23 de febrero de 2020

El Río, núm. 26

Revista de el centro de estudios sobre la universidad UABC, Revista de historia regional de Mexicali y su valleAño VII, núm. 26, octubre-diciembre de 2014, dejó la editorial que viene en la revista y el enlace a la misma.
Una enseñanza del pasado

Cuando llegaron los pioneros a habitar esta frontera, a principios del siglo pasado, se encontraron con un desierto. Nuestros vecinos le llamaban el desierto sonorense o “Sonoran Desert”, a la región  alrededor  del  bajo  Río  Colorado.  La  mera  supervivencia  de  seres  humanos  estaba  en  duda, ante la escasa precipitación, el clima extremoso y la falta de vegetación silvestre. La región, más parecida a una planicie que a un valle, estaba solo poblada por plantas desérticas, como el mezquite, palo fierro, y arbustos. Los inmigrantes recién arribados pronto se dieron cuenta de que no podrían sobrevivir bajo las condiciones impuestas por la naturaleza.

Para  sobrevivir,  los  pioneros  de  ambos  lados  de  la  frontera  crearon  canales  y  compuertas  para  sembrar  los  suelos  arcillosos  del  delta  del  Colorado.  A  pesar  de  su  pobreza,  los  pobladores  del  valle  arriesgaron  su  patrimonio  y  el  bienestar  de  sus  familias  y  le  apostaron  a  la  agricultura  de  riego.  La  irrigación cambió el entorno de aquellos viejos pobladores y el desierto se transformó gradualmente, y no sin obstáculos, hasta convertirse en vergel.

Ahora ya contamos con ese vergel, sin embargo, poco festinamos sobre el logro que involucró tantos esfuerzos y sacrificios para generaciones de agricultores. No sentimos el orgullo por el legado de nuestros antepasados, no sentimos que somos herederos de un pueblo que conquistó el desierto.

El pasado, o no lo recordamos o de plano no existe para quienes somos mexicalenses citadinos. Es preciso asomarse a las fotos antiguas que describen a los humildes asentamientos de principios del siglo pasado. Aquellas casas improvisadas hechas de ramas y adobes, porque era escasa y cara la madera y el cemento ni se conocía. Aquellas viviendas sin agua y drenaje y, por si fuera poco, sin electricidad.

Sin  embargo,  los  agricultores  de  nuestro  valle  hicieron  crecer  sus  plantíos  hasta  convertirlo  en  el  distrito  de  riego  del  Río  Colorado,  uno  de  los  más  grandes  y  productivos  del  país.  Recordemos  que  antes  de  que  hubiera  petróleo  de  exportación  en  México  hubo  algodón.  Y  este  valle  se  convirtió  en  la  principal  zona  algodonera  del  país.  La  exportación  de  esta  fibra  no  solo  generó  riqueza  para  sus  productores,  sino  también  para  todos  aquellos  que  le  aportaban  insumos  al  cultivo.  Desde  quienes  le vendían semilla, agroquímicos y maquinaria, hasta los que le proporcionaban el financiamiento o refacción. Las exportaciones de algodón también aportaron las divisas que el país requería para cubrir sus deudas con el extranjero.

Hoy  pareciera  que  no  solo  hemos  olvidado  las  proezas  del  agro  mexicano,  sino  también  lo  que  dicha experiencia nos enseña. Ante el desafío del desierto sonorense, los viejos pobladores de este valle vencieron sus temores, confiaron en su trabajo, y prevalecieron sobre la adversidad.

La agricultura es tal vez el mejor ejemplo de lo que las pasadas generaciones nos han legado. Sin embargo, esa agricultura que ha servido como punto de partida para el desarrollo regional es tan solo la manifestación más concreta de lo que hemos heredado de nuestros antepasados. Por encima de ello está el arrojo de su trabajo, una enseñanza que debemos llevar por dentro y nunca olvidar.





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